El tubo hace 30 años: así empezó

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En la Jornada del Conocimiento la historia tuvo cabida. Con anécdotas, un grupo de expertos contaron cómo vivieron los inicios del oleoducto hace 30 años.


Todos los días no se atraviesan tres cordilleras con un oleoducto, en un entorno topográfico agreste y con riesgos de orden público latentes. En ese contexto nació el oleoducto de Ocensa hace 30 años. Para recrear esos momentos, Januario Barboza, Ignacio Hincapié, Pablo Sierra, Fabián Buitrago y Hugo García, cuentan sus experiencias de aquella época.

En la década del 90 el contexto colombiano era diferente al actual. Los grupos insurgentes controlaban vastas zonas del país y acceder a ellas era casi imposible o, en el mejor de los casos, riesgoso.

El momento del sector

Hubo dos hitos que marcaron la vocación enérgica de Colombia: los descubrimientos de petróleo en Cusiana (1991) y Cupiagua (1992), en Casanare. Juan Diego Colonia, quien lleva 25 años en Ocensa, cuenta cómo estos descubrimientos “le permitieron al país dejar de importar petróleo y convertirse en exportador. Eso generó recursos con los cuales se pudo impulsar la economía del país. El petróleo se convirtió en la principal fuente de divisas del Colombia, aumentando las reservas en cerca de 2 mil millones de barriles”.

Recuerda Colonia que en ese entonces había un contrato de Ecopetrol con tres empresas: BP, Total y Triton, para la explotación de los yacimientos Cusiana y Cupiagua.

Dadas las limitaciones de la época en infraestructura de transporte, en un inicio fue necesario utilizar el Oleoducto Central de los Llanos para el transporte y exportación del crudo. Después inició la construcción de la fase 1 del oleoducto de Ocensa con el tramo Cusiana - La Belleza y el tramo norte La Belleza - Vasconia. Posteriormente se creó el Terminal Marítimo de Coveñas y se ampliaron las estaciones de El Porvenir, Miraflores y La Belleza.

“Con las anteriores obras, el oleoducto estuvo listo para enviar los 500mil barriles por día que se exportaban en 1997 por el oleoducto de Ocensa”, recuerda Colonia.



De izquierda a derecha: Januario Barboza, Ignacio Hincapié, Pablo Sierra, Fabián Buitrago y Hugo García.

A subir los tubos

“Construir 836 kilómetros de oleoducto implicaba afrontar grandes retos como la topografía del país. El 30% de la longitud del oleoducto es en terreno inclinado (entre 20 y 40 grados de inclinación) y no se tenían muchos accesos, entonces había que ajustarse a las condiciones”, recuerda

Ignacio Hincapié.

Dos empresas internacionales expertas en la construcción de oleoductos fueron calve: Sypem y Techint. El primer reto era lidiar con las alturas en donde tenían que quedar los tubos; el segundo, soldar un kilómetro diario.

“Por ejemplo, para llegar a La Rusa había que salir de Miraflores a las 4 a.m. y subir por una cascada durante dos horas para poder iniciar la jornada de trabajo. En la tarde había que regresar. Eso sucedía todos los días hasta que se hicieron campamentos para quedarse por tres meses. Llamábamos a la casa dos veces por semana y para hacerlo teníamos que bajar de La Rusa a Miraflores y después volver a subir. Fueron condiciones extremas”, recuerda Hincapié.

Por las difíciles condiciones, al igual que en La Rusa, fue necesario crear campamentos en el Alto de los Cocos, el río Minero y Las Quinchas.

Y el orden público qué

En los 90s y comienzos del 2000 el tema de orden público era difícil en varias zonas del país. Pablo Sierra conocía el sector y los riesgos del entorno empezando por la topografía. “El diseño del oleoducto fue pensado teniendo en cuenta el tema de atentados. La tubería fue expuesta a pruebas de balística, fue hecha a la medida de la situación”, confirma Sierra.

Sierra recuerda que desde el inicio de la construcción empezaron a tener atentados, los helicópteros tuvieron que ser blindados en la parte inferior por los disparos desde el monte, hubo maquinaria quemada y secuestro de contratistas.

Durante la fase de construcción hubo bloqueos en Segovia, Tarazá y Samacá. En La Rusa (Miraflores) la obra estuvo parada tres meses por la comunidad.

Pablo Sierra considera que en este tipo situaciones fue clave hablar directamente con la comunidad. “Le abrimos las puertas a la comunidad para que vieran que estábamos haciendo las cosas de forma segura”, concluye Sierra.

El oleoducto de Ocensa fue el primero en construirse bajo una licencia ambiental. De manera jocosa, Januario Barboza, encargado del aspecto ambiental, cuenta que él era “la piedra en el zapato” del grupo que adelantaba la construcción. Barbosa era la persona que garantizaba el buen manejo ambiental de la obra. Hoy afirma que el trabajo se hizo bien.

Después de 30 años de construido el oleoducto de Ocensa, ahí sigue, operando. Y como resume Pablo Sierra: “fue un estudio muy bien hecho para evitar la afectación a las personas y al medio ambiente”.


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